Standstill, canción sin fin (y el adiós)

Que son una de las bandas más influyentes de la música indie nacional nadie lo pone en cuestión. Y decimos "son", en presente, porque nos negamos a usar el pasado con ellos, aunque ya se hayan ido. Sí, Standstill lo dejan, se separan, desaparecen de los escenarios como banda (aunque algunos de sus componentes seguirán mimando instrumentos en otros proyectos) pero su estela de emociones empaquetadas en canciones sobrecogedoras seguirá presente, seguirá tatuada en cada una de las personas que hemos conectado con ese alma impetuosa e intensa que derrochan en cada uno de sus directos. Se van pero dejan pedacitos de brillo en todas esas bandas que quisieron ser como ellos, que se alimentaron de su arte. Se van pero a lo grande y rodeados de muchos amigos que les vieron nacer, les vieron crecer y les han visto decir adiós. 
Nosotros asistimos al primero de los dos últimos conciertos que ofrecieron en Barcelona como cierre de una larga etapa de veinte años probando, buscando, creciendo, cambiando, encontrando y regalando. La emoción fue incontenible y se contagió de arriba a abajo y de abajo a arriba. Fue inevitable mirar las caras de los asistentes e imaginar lo que estarían sintiendo. Porque si las canciones van atadas a recuerdos, cada una de esas caras que abarrotaban la sala Apolo estaba volviendo a aquellos recuerdos y los estaba viviendo como si fuera la última vez que los pudiera rememorar. Igual que Standstill tocaban los instrumentos como si fuera la última vez que lo iban a hacer. Quizá era esa la sensación general, la de estar de alegre funeral, aferrándonos a los últimos minutos antes de que llegue el cambio inevitable. Un cambio que nadie sabe dónde llevará. Algunos prefieren decir "hasta luego" e imaginar esta separación como un largo periodo de silencio. Otros simplemente inventaremos un plan para escapar hacia adelante, con este sol de invierno... y seguiremos cantando que la vida es domingo, canción sin fin. 

Esther M. Piedrafita